EL DUEÑO DE MIS NOCHES

 


Mis noches, desde que me comenzaron a llamar señora, han sido intranquilas. ¡Cómo no han de serlo si mi esposo se ausentaba en ellas! Al comienzo era algo tolerable, al ser él quien manejaba la economía de la casa, yo entendía sus ausencias, pero la soledad me hacía darle vueltas al asunto constantemente.
Solía quedarse en su trabajo hasta tarde todas las noches o viajar unos días debido al trabajo, o por lo menos así había sido durante todos estos últimos años. ¿Qué hacía? ¿A quiénes veía?, al principio yo permanecía impasible, porque él antes de marcharse me decía “Tranquila, mi amor, volveré en la mañana”, me dejaba una caricias y con un beso me reconfortaba el alma, dormía serena, y al día siguiente él ya estaba de vuelta en casa. 
En lo profundo de mi alma yo sabía que algo estaba mal, mis pensamientos me carcomían y cada vez desconfiaba más de mi amado esposo. Finalmente llegué a una deducción y comprendí lo que sucedía… ¡Me estaba engañando!
Estaba muy afligida por supuesto, pero era tan profundo y tan grande el amor que yo le tenía que preferí quedarme callada por más de que me doliera o me diera rabia.
Volví a la monotonía, como todas las noches venía y me decía las cosas de siempre, “Duerme, cuando despiertes estaré aquí”, “Cierra los ojos, cuando los abras me verás”, “Si no estoy en tus sueños, cuando despierta estés, yo estaré a tu lado”, suenan encantadoras esas palabras, pero era inútil, a pesar de todo el amor que le otorgaba no podía acostumbrarme a saber que me engañaba. El hecho de saber que sus caricias no eran sólo mías, ni las palabras que siempre decía. Era todo mentira. Fue un calvario escuchar sus palabras, sus frases, esas que repetía todos los días. Él me hablaba y todo lo que escuchaba era “Tranquila, ya volveré en la mañana”, sin importar que fuera lunes, domingo, a las tres de la tarde o a las cinco de la madrugada. 
Sus palabras se tornaron a martillazos en mi cabeza, los cuales sentía todos los días y todas las noches. No podía aguantarlas más, se sentían como una tortura, no podía creer que tuviera el valor de decirmelo a la cara cuando el vivía una doble vida, no podía dejar que se riera más de mi. Desde ese momento tuve en claro lo que debía hacer para terminar con la tortura de sus frases que me acechaban, es más, fueron ellas quienes me precisaron el momento, el lugar, y la forma de concluir mi tormento. No era posible hablar con mi esposo, y que él me aclarara las cosas, ¡No! ¡Ya sabía lo que me diría!, sabía entonces que debía actuar, lo más rápido posible.
Así fue, el viernes él me dijo su última frase “Tranquila, ya volveré en la mañana", como siempre, se acercaría y me proporcionaría una caricia pero no dejé que me diera su último beso, en cambio, tomé el martillo que estaba debajo de mi almohada y lo golpeé como lo hicieron por tanto tiempo sus palabras. Nunca consideré que fuera tan sencillo ponerle fin a su vida, había quedado satisfecha de haberlo hecho con mis propias manos. Estaba sosegada, por fin ese sentimiento de rabia que me generaba cada vez que una sola palabra salía de su boca, desapareció. Han pasado días desde el acontecimiento, yo pensaba que con eso podría estar finalmente tranquila, pero por las noches, sus frases me siguen atacando, y hoy yo me entrego, ¡No he sido yo la asesina, han sido sus palabras! Lo presiento, vendrán otra vez esta noche… y me llevarán con ellas.
    




Comentarios

  1. Muy buen relato. Me gusto la frase: ¡No he sido yo la asesina, han sido sus palabras!

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  2. Muy buena historia, la comparación que utilizan sobre que sus palabras se sentían como martillazos para luego relacionarlo con lo demás me gusto mucho.

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