Azul profundo
Azul profundo
El cielo, gris y sombrío, parece compartir mis pensamientos. No merezco ser liberada. Merezco que las llamas me consuman, corazón y espíritu, por los horribles actos que he cometido. Una última mirada a todas las caras presentes a mi alrededor revela miedo en ellas, y el orgullo surge en mí. Pero un solo rostro es el que capta mi atención, y es el de Selene. Incluso ahora, sus ojos celestes ven mi alma, triste, pero no perturbada.
Ella y yo éramos muy cercanas, amigas que eran como hermanas. Pero una mañana, al calor del sol matutino, compartió conmigo lo que le había ocurrido recientemente: se había comprometido. Con Elio, un joven amable y cortés, dijo. Un joven que la apartó de mí y me robó el tiempo que antes pasábamos juntas.
Un día, paseando por el pueblo, un simple acto lo cambió todo. Allí fue, al comienzo de una calle, donde se encontraban ambos prometidos. Selene le entregaba a Elio un anillo con un zafiro tan azul como la noche, igual al que ella llevaba puesto, como símbolo de su amor. Una oleada de celos me embargó, que se transformó en aflicción, y que posteriormente dio paso a la cólera. Esa noche mis pensamientos más oscuros no me dejaron pegar un ojo.
Las nubes cubrían el sol, y me encontraba otra vez en el pueblo, comprando. Pero allí donde la pareja había estado el día anterior ahora estaba Elio, solo, caminando y observando la tienda de elementos de caza. Al cabo de unos minutos, dejó atrás los puestos y se adentró en el espeso bosque que rodeaba al pueblo. Un habilidoso cazador, lo había descrito Selene. Varios pasos detrás de él, pude ver cómo se tensó cuando avistó un ciervo junto a un pino. Elio apenas se movió, y el animal salió corriendo. El joven corrió detrás de él. El ciervo se detuvo cuando llegó al lago, miró atrás, y tan solo se esfumó. Elio se quedó allí, parado, inmóvil, mientras yo me acercaba en silencio. Mi plan se estaba dando. Cuando él giró, sumido en la sorpresa al verme allí, me saludó y me preguntó si había visto al animal. Pero lo único que podía ver era el azul resplandeciendo en su dedo.
Repentinamente, el suelo comenzó a estremecerse, un leve temblor al principio que se convirtió en una fuerte sacudida. Gigantescos zafiros brotaron de la tierra rodeando a Elio. Las brillantes piedras comenzaron a cerrarse entre sus pies, enrollándose y trepando por sus piernas, torso y brazos. Solo unos segundos después, ya estaba cubierto de ellas. Me abalancé sobre él y ambos caímos en las frías aguas del lago, forcejeando para mantenernos a flote. Pero los zafiros seguían atrapando a Elio, ahora cerrándose sobre su garganta y barbilla. Le grité que él era el culpable de que Selene hubiese dejado de pasar tiempo conmigo, y tomando ventaja de su confusión, arranqué el anillo de su dedo. Las piedras cubrieron el resto de su cara, y, vencido por el peso de estas, se hundió hasta el fondo del lago, un grito ahogado como últimas palabras.
Lo había logrado. Finalmente había conseguido el anillo. Miré el agua, asegurándome de que el cuerpo de Elio estuviera hundido en lo más profundo y que no asomaran burbujas.
Procurando que nadie me observara, volví sigilosamente a mi casa. En el tramo de vuelta, la escena de Elio hundiéndose por el peso de los zafiros, y el terror en su cara, se reproducían una y otra vez en mi cabeza. No podía creer lo que había hecho. Sin embargo, el sentimiento de victoria se apoderó de mí, y ese pensamiento asustadizo se convirtió en un extraño orgullo.
Al caer la noche, Selene y yo nos encontrábamos junto al fuego. Ella leía, mientras yo peinaba su hermoso cabello rojizo. La paz del momento se vio arruinada cuando repentinamente, el padre de Selene irrumpió en la habitación, con una clara expresión de terror en su rostro. Anunció, con voz temblorosa, que desde hace horas no había rastro de Elio, su futuro esposo. La expresión de Selene se transformó por completo, rompiendo en un intenso llanto. Lágrimas y gritos desesperados inundaban la habitación. El miedo se apoderó de mí y, sin pensarlo, abandoné la casa de Selene.
Ya a una corta distancia de mi casa, frené de repente, y me quedé en blanco. Había olvidado mi abrigo. Y con él el anillo, escondido y a salvo en uno de sus bolsillos. Respiré, tratando de calmar el creciente temor que empezaba a sentir. Eso fue lo que me condenó a mi fin: mi mediocridad. Pero era muy tarde, ya no podía volver, y no podía pensar con claridad. Resolví irme a dormir, poco convencida de que los nervios me permitirían conciliar el sueño esa noche.
Desperté con golpes en mi puerta y gritos de mi nombre. Dudé en abrir la puerta; sabía quiénes estaban al otro lado incluso sin verlos. Pero no tuve opción, más la entrada fue derribada, y dos figuras ataron mis manos apenas un momento después. Forcejeé con las ataduras, pero fue en vano. Fui arrastrada hasta la cárcel. Me empujaron a la última celda, desierta y fría. Solo se podía oír el ruido de las cadenas de mis pies, chocando entre sí mientras buscaba maneras de forzar las cerraduras. Oí murmullos, y agudicé mi oído lo más posible. Las voces pertenecían al padre de Selene y a un guardia. Hablaban sobre mí, y de cómo el anillo de Elio había sido encontrado en mi abrigo. Sin pensarlo, mi voz se alzó dirigida a los hombres, mis últimos intentos por explicarles lo que había sucedido y absolverme de mi castigo. Pero otros dos guardias entraron y se acercaron hacia dónde yo estaba, abrieron la celda, y bruscamente tomaron mis brazos y me arrastraron por el pasillo hacia las calles.
Mantuve la compostura cuando me subieron a una plataforma, gruesos troncos colocados en torno a una estaca, las miradas del pueblo juzgando cada centímetro de mí mientras mis muñecas eran atadas en mi espalda. Mi visión era borrosa, pero el hermoso rostro de mi tan querida Selene brilló frente a mis ojos. Un guardia la retenía sosteniéndola desde sus brazos, mientras ella luchaba por liberarse y acercarse a mí, gritando y sollozando mi nombre. Excusas y súplicas salían de su boca, intentando por última vez salvarme. Entre llanto, le dijo a los guardias que ella misma había asesinado a Elio porque no quería casarse. Y, mientras su padre le gritaba que dejara las mentiras y cerrara la boca, comenzó a rogar que la quemaran a ella en mi lugar. Pero no era justo. Yo era la culpable, yo había cometido el crimen. Un sólo error era lo que me había delatado, un error que yo cometí. De no haber sucedido, nunca hubiera sido descubierta. Pero una perturbadora calma me envolvía. Sabía, con certeza, que no me arrepentía de nada, y que volvería a hacerlo si tuviera la oportunidad. Selene seguía gritando, pero yo no podía dejar que nada le pasara. Me concentré en las ardientes llamas de un fuego hasta que comencé a sentir un abrasador calor en mis pies. En un instante, el calor comenzó a crecer y subir. La gente, antes rodeando la plataforma con sus cuerpos y su odio, se apartó rápidamente, y la incredulidad se reflejaba en la cara de cada guardia y persona presente.
Cerré los ojos, y lo último que vi fue su cara, quebrada por la tristeza. Gritos, insultos y lamentos resonaron entre el fuego. Un alarido increíblemente desgarrador, diciendo mi nombre, se alzó sobre todos los demás. Su eco continuó resonando en mis oídos cuando la oscuridad se cerró sobre mí.
Una muchacha de rojizos cabellos se acercó al lago, un puñado de cenizas en una mano y una carta en la otra. Desplegó el papel, y comenzó a leer las palabras plasmadas en él, para que sólo el viento pudiera oírlas.
"Durante los últimos días entendí la diferencia entre un amor y un alma gemela. Descubrí que las soluciones lógicas que nuestra mente adora, no siempre son las que nuestro corazón añora. Mi nombre, Selene, significa diosa de la luna. Elio siempre fue el sol para mí. El sol ilumina a la luna, y se necesitan el uno al otro, pero nunca están juntos en el cielo. Es entre las estrellas donde la luna se siente verdaderamente en casa, se siente como ella misma. Elio era un sol para mí, una estrella. Pero Maia fue todas ellas. Maia fue para mí la infinidad de todas las estrellas. Lo fue todo el tiempo. Y lo será por siempre."
Dobló la carta, lágrimas en el papel y en sus ojos, y la guardó en su sobre. Se arrodilló, la apoyó sobre la superficie del lago, y la dejó ir. Abrió su otra mano, y suavemente la sopló, la brisa llevándose las cenizas de las estrellas. Por último, sacó de su bolsillo el anillo de zafiro que le había pertenecido a sus dos amores, ambos muertos, y lo arrojó al lago para que yaciera allí, hundido por siempre. Un nombre susurrado y un sollozo desconsolado fue lo único que se escuchó en el bosque mientras el agua se llevaba un pedazo de su corazón.

Excelente cuento, la redacción, la trama y argumentos son geniales. Muy atrapante.
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